Par creó en Hiper un reflejo del ahora

Foto: Seba O. Brun

Foto: Seba O. Brun

Kristel Latecki


Es miércoles a la noche y me bajo del ómnibus en Colombia y Rondeau. Recorro cuadras que conozco de memoria: el súper, la panadería, la estación de servicio. Persianas cerradas, luces tenues, un ómnibus que acelera con un rugido cansado. Sin embargo, al asomarse la Torre de las Telecomunicaciones me doy cuenta que esta vez es diferente. Con Hiper, el más reciente disco de Par, sonando en mis auriculares se abre un portal hacia el mundo tecno-obsesivo creado por la música; o más bien ofrece la banda sonora perfecta para esta caminata nocturna.

La altura de la torre se impone en la oscuridad, interrumpiéndola con sus mármoles, metales y vidrios centellantes. Mientras, el ritmo pulsante del tema que da nombre al disco da lugar a sintetizadores ambientales ochentosos. Su melodía sombría se mezcla entre los diferentes volúmenes y ángulos del edificio, tanto que parecía cuestión de tiempo que se saliera volando desde la explanada una nave hacia el infinito. Pero de allí no salió nada. Solo apareció un corredor trasnochado haciendo su rutina de ejercicio.

Ese golpe de realidad se dio de bruces al llegar al borde entre el futurismo y la decadencia. Y justo a tiempo cuando un serpenteante bajo se hace lugar entre los sintetizadores, el decorado se transforma en una escena esencialmente montevideana. Los ladrillos carcomidos de la estación de AFE; los graffitis pintados sobre graffitis pintados sobre pintadas; las fábricas cerradas y el olor a menta que adereza el aire.

Hay discos que son de su tiempo y lugar. Que hablan del hoy mientras hablan de otros temas, o construyen metáforas entre capas de instrumentos. Y aunque su sonido electrónico construya un mundo sonoro de apariencia futurista y distópico, alejado de la actualidad, Hiper es un disco que encuentra su concepto y sus raíces en 2018, caminando por La Aguada, en la casi completa soledad alumbrada por la luz del celular. 

Por eso, al llegar a destino la primera pregunta a Par era obvia.

 

¿Sentís que tu entorno te inspire de alguna manera?

Sí, totalmente. Toda la música que saqué la hice viviendo acá, mirando el muro de ladrillos de en frente. Algo tiene que haber sí. Te acostumbrás a que simplemente no hay nadie. Hay poco tráfico, está oscuro. Pero no es peligroso, porque no hay nadie en una buena ni en una mala. Es un ambiente medio venido a menos y que supongo que sirve como trasfondo para lo que hago. Pero es algo que está, no es algo que conscientemente me mueva. 

¿Es una coincidencia que te inspiren particularmente estas escenas futuristas, oscuras y solitarias, cuando en realidad vivís en un lugar que no es del todo futurista pero sí solitario y oscuro?

No es buscado, no va por ahí cuando me lo planteo. Pero por ejemplo, cuando a los temas ya les encuentro cierta forma los escucho, salgo a caminar o en el bondi. He venido de noche caminando desde 18 de julio y no te cruzás con un alma, o solo alguna alma errante, y veo que lo que quiero contar en este contexto cierra y se ve más potenciado. No sería lo mismo que ir por la rambla andando en bici y escuchándolo. Puede acompañarte la música, pero obviamente no sería un contexto igual.
¿Si viviera en otro lado la música sería diferente? Capaz que sí. Capaz que si viviera cuatro pisos más arriba donde hay más luz y más vista sería diferente. No me parece un detalle menor. Creo que es una configuración, que si vos movés algo no sé si cambia radicalmente, pero todo tiene su por qué en base a tu contexto y tu entorno.

Con la idea de alejarse del minimalismo extremo que significó Arq (2016), Par regresó al formato canción sin perder su cualidad experimental, e invitó a ocho músicas y productoras para colaborar en la creación este nuevo mundo: Tanky de Clovvder; Liz Bohlmann de El Color Ausente; Laura Chinelli; Alfonsina; Caminauta, una jovencísima productora de Treinta y Tres; Meg; Fenna Frei de Argentina; y Hante de Francia.

Trabajando con la música electrónica, Par se preocupa por qué mensaje dejar, qué decir en cada disco. Aunque no haya una sola palabra. “Me parece que desde mi lugar en la música electrónica que no es bailable tengo que tener algo que la sustente detrás, porque sino por lo menos a mí no me deja nada”, afirma.

Así, Hiper nació -como los anteriores- a través de la experimentación. Probando sonidos, grabando pruebas encontró que el concepto a seguir era uno de los temas contemporáneos que vivimos o sufrimos a diario: la sobrecarga de estímulos, la hiperconectividad, y la consiguiente alienación.

“Es sobre nosotros y la tecnología. Sobre cómo nos conectamos, cómo escuchamos la música, cómo compramos, todo”, cuenta. “Me enganchó la definición de ‘hiper’, el exceso. Me parecía que estaba bueno jugar con eso: meterle cosas a los temas, sobrecargarlos, que fueran densos pero no una pared de sonido”.

 

Hablás de densidad y sobrecarga. Pero no se encuentra en la música algo que te tape como una ola, sino más algo así como la analogía de la rana y el agua hirviendo. Genera una sensación que te envuelve de a poco.

Sí, no quería hacer un disco sobrecargado al punto que fuera una pared de ruido, ni de esos que tienen miles de detallecitos. No quería que fuese como Arq, pero siempre trato de mantenerme económico en los recursos, porque creo que después es en detrimento de lo que querés decir. Y habiendo encontrado ese camino, pensé que estaría bueno que tuviera canciones. Ahí invité a la gente que hacía tiempo que quería trabajar, y a las que quería para contar bien el cuento o el soundtrack de ese momento.

Si bien venís del mundo de bandas y colaborás actualmente con un montón de gente, ¿cómo es ceder una parte de la composición a otra persona para que la siga? ¿Cómo es ese gesto?

Ahora que lo planteas así se siente más raro de lo que es. Pero es confianza en la persona que estás convocando. La elección de las personas fue o porque ya trabajé, porque soy muy fanático y me gusta lo que hace, o porque es amigo y sé que conoce los parámetros dentro de los que trabajo, entonces yo me desentiendo. Es saber a quién estás llamando, saber lo que hace. 
A ellas les expliqué lo que quería expresar en este disco, esas eran las pinturas y con ellas podían pintar lo que quisieran. Y les di esas pinturas porque me interesa que el disco tenga cierta coherencia, y les pedí una interpretación del universo donde estos temas suenan. Fue un trabajo en equipo: yo tiro un concepto sobre el cual trabajar y después las letras que hizo cada una es una interpretación de lo que les conté. Después si lo entendió, si lo agarró por otro lado, si lo agarró como algo positivo o negativo depende de ellas. 
No necesariamente la gente tiene que saber de qué va el disco, pero ya desde el clima que impone, la estética y ahora las letras te podés armar un panorama e interpretarlo como te pinte.

Cada una de las colaboradoras recurrió también a la experimentación para realizar sus letras y buscar la ideal interpretación. Así, se suceden voces melódicas, samples que se repiten e intervienen por debajo, recitados que reflexionan sobre la humanidad misma. Además de su voz, Alfonsina agregó una guitarra en Sueños de irme, Tanky por su parte sumó sintetizadores en Chiba City Blues al igual que la productora Caminauta en Otro lugar.

Hay tracks que encuentran la belleza entre las atmósferas asépticas, o manifiestan la dolorosa melancolía de perderse entre una avalancha de información y conexiones rotas. Entre la exactitud de las máquinas hay bajos que se hacen lugar para dibujar un groove humano.

Aparecen citas de Neuromancer de William Gibson, referencias e inspiraciones a Un mundo feliz de Aldous Huxley y El hombre terminal de Michael Crichton. Pero no se trata de un álbum que critique la actualidad, demonice el uso de la tecnología, ni tenga una visión pesimista sobre el futuro. 

“Traté de que todo esto no se tornara un disco ‘anti-tecnología’”, afirma Par. En todo caso es un disco ‘anti-gente’ o un disco ‘anti-comportamientos con la tecnología’. Y ni siquiera es ‘anti’, busca exponerlos. En este mundo Hiper que quiero sonorizar, las cosas son como son. Por más que otras personas quieran quejarse las cosas no van a cambiar”. 

 

¿Es entonces una suerte de crónica?

Sí. Porque dentro de 20 años cuando se lo muestre a mi hija le quiero mostrar lo que pasaba. Quiero que sea representativo y ojalá pueda trascender dentro de lo que es la música. Ojalá. Eso no depende de mí. 
Tampoco quiero que sea un disco atado a su época. Es como una foto de ese mundo Hiper, que si bien tiene una estética cyberpunk que se inventó a fines de los 70, es un guiño al universo que a mí me gusta. En el fondo trata de ser un comentario actual, sin ser panfletario, sin mostrar una posición adelante de todo.
Los samples que elegí representan mi voz en el disco, y simplemente son visiones de gente que hace 50 años estaba preocupada por determinadas cosas. Pero te hacen pensar que hace 50 años se creía que estaba complicada la cosa y en realidad no. Y esa es a la época a la que se quiere volver. En ese momento ya estaban preocupados por la deshumanización, la individualidad, por el crecimiento de población, por los medios de comunicación. No hay un antes a lo que volver. Nunca. 

¿Cómo debería entonces escucharse este disco?

Por la parte técnica, debería escucharse con buenos equipos o buenos auriculares que tiren graves, que están porque tienen que generar cierta reacción física Si tenés los parlantes de la compu y los auriculares chiquitos, bueno, te vas a perder la mitad de la música.
En la parte del mood, yo trato de que siempre sea un disco montevideano, que lo escuches por la calle en determinados entornos y lo reconozcas como música que se hizo acá. No porque tenga cosas autóctonas -de los españoles, porque no hay nada autóctono acá- pero hay sí cierta identidad en las formas, en la melancolía, en los temas y en la temática que es montevideano. Trato de que sea sumamente de acá, y que como vos que venías caminando, la escuches y sientas que puede ser un soundtrack de la ciudad.