"Jardín": el espíritu adolescente de Sofacha

Ismael Viñoly

Posiblemente uno de los discos más indie entre los discos indies que se editarán este año. La joven Sofacha editó Jardín, un registro donde lo mínimo cobra relevancia frente a los grandes relatos, y en el que la adolescencia y su salida son el marco perfecto para que triunfos, derrotas y esperas sean contados en primera persona por una voz impecable y por una compositora con mucho presente.

A la captura de ese mundo desde una zona intermedia –el pasaje entre la adolescencia y juventud, conocido también como coming-of-age– se lanzan las ocho canciones de este primer disco. Un disco que parece imaginado desde paradas de ómnibus, a la espera del 17 o el 522. Jardín se trata de un disco relajado sin pirotecnias, casi como si se tratase de la banda sonora perfecta para películas indie como Juno (2007) o Little Miss Sunshine (2006).

Édito por Púrpura Discoteca y producido por Paul Higgs, presenta a Sofía Fernández, una cantautora montevideana de 18 años que ya desde pequeña comenzó a hacer música. Más precisamente a los diez, cuando tomó “clases de guitarra con un profesor llamado Daniel, que era pelado y tenía un perro que se llamaba Perro”, cuenta. Ese año aprendió distintos instrumentos y luego continuó por su cuenta. Sofacha también recuerda que compuso sus primeras canciones con un ukelele cuando “estuvo de moda” y que eran sobre el amor y el desamor. Ya un poco más grande –a los quince– su oído conectó con artistas argentinos como Perras on the Beach, el “Manso Indie” de Mi Amigo Invencible y Luca Bocci, su inspiración más grande.

En el plano musical contenida en sus armonías mayores, órganos, guitarras y su voz, vive esa cosa de drama adolescente de bandas como Mazzy Star. Es un indie vestido de pantalones baggie, de trencitas y con una actitud muy suelta. Por otra parte, la artista siente afinidad con Fran Soleado, Florencia Nuñez y Eduardo Mateo

Jardín arranca con Amanecer junto a Charlie, su socia en el álbum, ya que mucho de lo que suena fue grabado en su cuarto en el Pinar, “con su hermano jugando a la play y sus padres paseando por allí”. La canción tiene un ambiente muy Parque Rodó y hasta melodías y coritos que recuerdan a las baladas de la serie Chiquititas (1995). Son como norias girando lentamente en torno a ese beat. Se trata de una canción casi ideada para escucharse mientras se come algodón de azúcar. Balada de Raquel y Juan presenta a “dos limados que buscaban el amor”. Sus melodías son impecables, como interpretadas por una banda de beat de fin de curso. Aquí Charlie mete pequeños bocados que le imprimen a la canción la dosis justa de humor. Yendo a lo de Juana muestra de forma orgánica el acoso callejero al que muchas mujeres y adolescentes aún se ven sometidas (“En la ida un viejo me grita / Viejo feo que querés”); y otra constante: la espera, en este caso de un 17 que parece no llegar jamás.

Una caminata a Tristán escenifica lo relajado del álbum. Aquí los arreglos parecen recortes de diálogos callejeros y sirven para mostrar de forma muy calmada el bochinche de la feria de los domingos. En Cambiar se reafirma la idea de “historias mínimas”. Son relatos con retazos de amigos de la propia Sofía y muestran historias inconclusas. La canción me recuerda a Niña Lobo pero sin guitarras eléctricas. Fran retoma la amistad y Volatizar aborda del ghosteo, también bajo la forma de la espera, pero en este caso de un romance. Por último, si el disco arrancaba en un amanecer, cierra con un atardecer: Sol caer, culmina con bases mínimas de cajas de ritmo.

Una voz que brilla por su belleza y por su calmada impronta. Jardín quizás contenga algunos pasajes del disco que se tornen armónicamente repetitivos, pero que suena de forma rara como una “novedad”. Quizás por su carácter despreocupado, por la confianza en su voz o por hacer un disco reflejando los dramas, presencias y ausencias de ese punto intermedio y no tan abordado, que está situado entre la adolescencia y la juventud.