Mariano Gallardo Pahlen: La flor infinita
Ismael Viñoly
Días atrás, Mariano Gallardo Pahlen lanzó algo que venía siendo insinuado en sus redes mediante una serie de enigmáticos videos de corta duración: una versión de La Flor que Alumbra, interpretada en la Iglesia Alemana. La canción número cuatro del álbum Los Sueños de Otros, destacado por este medio como Disco del año, editado físicamente en Japón y trabajo por el que ha sido nominado como Mejor artista nuevo en los premios Grafitti 2021.
Esta renovada Flor que Alumbra se presenta como un territorio de cruces. Se juntan pliegues temporales (arreglos del músico barroco Bach conviven con bases de cajas de ritmo actuales); con tecnologías de producción musical (el sampleo técnica en la que se graban muestras de sonido y se emplean para la composición); y el valor de la música interpretada in situ en la Iglesia Alemana, respetando las características acústicas que genera su arquitectura. Para la versión, la producción y el arreglo musical estuvieron a cargo de Gallardo Pahlen, quien conformó un ensamble inusual para la ocasión. Mariano, en órgano de tubos y voces, Vittorio Pagani en saxo tenor y disparando las baterías programadas y en la guitarra eléctrica, su primo, Manuel Gallardo.
Liderando el audiovisual en dirección, producción y montaje estuvo el propio Mariano, quien también compone el universo estético de su música y que, en esta oportunidad, trabajó con un equipo exquisito (ver aquí los créditos) para transformar el registro de la sesión en una auténtica experiencia inmersiva por los rincones de esta iglesia ubicada en el Parque Rodó.
“Ay hermano, yo he visto renacer lo que ya estaba ahí”, dice la canción en un verso donde las palabras parece que prefiguraran la posibilidad de versiones que estaban allí y que bregaban por salir. Algo muy cultivado por Bob Dylan y las reversiones de sus propias canciones o en el mundo del jazz, donde los músicos juguetean con los standards (los clásicos del género) y los adaptan a distintos ritmos y sonoridades. Planteando a una misma canción como un campo abierto para versiones infinitas.
La historia de esta sesión y sus métodos de composición son esbozados en los Prólogos de La Flor que Alumbra. Por ejemplo, en la parte dos, aparece Vittorio, el saxofonista que además disparó bases compuestas en base a muestras o retazos sonoros grabados en la iglesia. Por ejemplo, los tubos del órgano fueron percutidos por un metal y usados como sonidos de platillos, libros son golpeados sobre el piso de madera para grabar los bombos y el propio órgano también fue empleado para obtener sonidos de percusión. Las muestras sonoras de la grabación son presentadas sin adulteraciones, para preservar una coherencia acústica en relación a la Iglesia Alemana, pero fueron programadas y disparadas por tecnologías del mundo musical electrónico.
En la parte tres aparece el descubrimiento del ambiente sonoro: la música in situ. Mariano no fue a un lugar cualquiera a tocar, fue a un lugar singular para sonar. Para capturar la esencia sonora de la iglesia colocó tres micrófonos a distintas distancias. Lo que en la mezcla de sonido final permite que el espacio –muchas veces simulado por plugins de reverbs (efectos que simulan la espacialidad del sonido)– sea preservado y no generado artificialmente. La grabación registra la interacción del sonido con los recovecos de una arquitectura, dónde la madera y las grandes superficies generan una sonoridad única para el órgano, uno de los principales protagonistas de la sesión.
Mariano dedicó largas horas de estudio al órgano de tubos, instrumento que nunca antes había ejecutado y que para llegar a la versión practicó durante un mes y medio. La preparación se debe a que un instrumento como el órgano requiere cierto grado de coordinación para su ejecución. Por ejemplo, se emplean ambos pies para manejar los registros más graves y las dos manos para tocarlo. Este modelo cuenta con dos teclados, uno inferior –que Mariano usó para las melodías–, y el superior, tocado para construir armonías y acompañamientos. En los ensayos se aproximó al instrumento y, en simultáneo, a la acústica de la Iglesia Alemana, lugar al que accedió por un trueque: la llave de la iglesia a cambio de la filmación de videos.
En el tercer prólogo aparece el músico Nikolai Voigt quien residió durante meses en el apartamento de Mariano para estudiar nuestros géneros folklóricos. Lo “gracioso” para Mariano es que “mientras él estudiaba nuestros ritmos, yo estaba estudiando su folklore y yendo casi todos los días a la Iglesia Alemana”. Quizás parezca un dato aleatorio o anecdótico, no obstante, esta casualidad en cierto sentido parece mostrar los pasadizos secretos que conectan a la música, como una experiencia humana única que cruza bordes, tiempos, géneros y lugares.