David Byrne lo hizo de nuevo

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Kristel Latecki

“¡¿Para qué voy a tocar?!” se preguntó Juana Molina después de ver el increíble, inteligente e inspirador show de David Byrne en Buenos Aires, y recibir la invitación para abrir su presentación en el Teatro de Verano. Para qué tocar si lo que venía después llegaría a marcar un antes y un después, y superar a cualquier otra cosa que se haya atrevido siquiera a pisar el mismo escenario. 

Yo en este momento digo lo mismo: “¡¿Para qué voy a escribir?!”. Si una sucesión ordenada de palabras no va a hacer justicia de lo que vimos. Si sus efectos colaterales todavía no los podemos sentir ni entender. Si todavía seguimos atónitos por la entereza y la eterna creatividad de un artista que parece vivir permanentemente en un futuro utópico.

Pero así como Juana Molina tocó, y dejó un show como acostumbra hacer -ejemplar en su singularidad, potente e íntimo a la vez-, tendré que aceptar el desafío y consignar el evento cultural histórico que Montevideo acaba de ser testigo.

Sí, fue un evento cultural histórico. David Byrne lo planeó para que así fuera. Decidió replicar la magnitud los shows que quedaron plasmados en el film Stop Making Sense; el pináculo de la carrera de Talking Heads, lo más recordado y celebrado de sus más de 40 años en los escenarios. 34 años después de aquel hito el mundo es distinto, la música evolucionó de maneras inesperadas, pero lo que sigue inmutable es el genio creativo de David Byrne. Por eso, la gira American Utopia será recordada a la par.

Para llevar su nueva música al escenario eliminó todo, desde los amplificadores y los cables, las jirafas y los micrófonos, la aparatosa batería. Su banda de 11 piezas se hizo “móvil”: los músicos no estaban atados a su enorme variedad de instrumentos sino al revés, ellos los llevaban consigo.

Entre tres cortinas grises armadas en el proscenio entraron y salieron la docena de artistas en sobrios trajes grises. Entre ellos, Byrne se ubicaba como igual, no había ninguna jerarquía, sino una suerte de socialismo musical donde cada uno tiene su lugar y su momento para lucirse. Y aunque con su cabellera plateada pudiera camuflarse con su entorno, era imposible que su figura desapareciera.

Sobre el escenario reinó una cruda simpleza. No hubo artificio ni efectos especiales: era una colosa banda –por su cantidad y su calidad- realizando coreografías que parecían al mismo tiempo complicadas e improvisadas. En algunos momentos, juegos de luces hacían que la escenografía y el ambiente cambiara, sea sumiendo todo en una oscuridad interrumpida por un único foco, o formando largas sombras que se proyectaban en las cortinas.

Durante la hora y media del show dominó un sentimiento de libertad y –fundamentalmente- diversión que contagió al público desde el momento que sonó la versión de Lazy, aquel hit house de X-Press 2 que tenía a Byrne como invitado, hasta el final con The Great Curve de Talking Heads.

Las canciones de American Utopia –notoriamente Here, Everybody’s Coming to My House, Every Day is a Miracle y Bullet- se destacaron y convivieron con temas legendarios como I Zimbra, This Must Be The Place (Naive Melody), Once in a Lifetime y Burning Down The House. Lo nuevo y lo viejo se unió en un momento donde las diferencias del tiempo se borraron, y Byrne nos llevó brevemente a aquel futuro peculiar que tiene en su mente; donde las percusiones africanas y brasileñas se unen a un sofisticado pop y a un vanguardismo rockero, y la música carga con observaciones sobre la vida moderna y la anatomía, imagina la vida interior de animales y ve al amor como un anhelado hogar.

Cuando parecía que todo estaba inventado y no había lugar para la sorpresa, llega un David Byrne a sus 65 años, lúcido e innovador, a demostrar que estábamos equivocados, a dejarnos sonrisas tan constantes que hacen doler los cachetes y a hacernos bailar hasta no sentir el frío.

“¡¿Para qué voy a escribir?!” era la pregunta. Ahora la respuesta es clara: para dejar por lo menos un simple testimonio de lo que vivimos ayer. Para poder rememorar luego el día que David Byrne volvió a visitarnos por tercera vez y nos ofreció una experiencia difícil de olvidar.