Anita B Queen: Música degenerada

Kristel Latecki


Anita B Queen odia encasillarse. Como DJ empezó a destacarse con mezclas guiadas más por la intuición y el mood que por un género musical. Desde el año pasado integra la banda de Ca7riel para los shows de presentación de El Disko, y ahora también acompaña al dúo con Paco Amoroso a lo largo de la gira que los llevará a cerrar el año en el Estadio Obras. Forma también parte del cartel de Primavera Sound Buenos Aires, con fecha en Underclub el jueves 10 de noviembre. Pero antes de eso, tras su pasada por La Trastienda Club Montevideo dará un show propio este martes 25 de octubre en el ciclo Cápsulas Electrónicas de Ronda de Mujeres, con A Navarro y Nomusa.

Nada de esto ella esperaba que sucediera, “pero siempre en mi adentro sentí que nací para hacer algo grande”, afirma. “Ese era mi único pensamiento: cuando entienda a qué vine a este mundo va a ser enorme y le voy a meter con toda”.

Empezó en la adolescencia tocando en la banda de la iglesia a la que iba, y llegó a ser encargada del llamado “Ministerio de Adoración”, como voz líder y responsable del ensamble. “Todos los domingos antes del sermón del pastor, tocábamos canciones. Era como un un warmupcito”, cuenta. Pero no por tener la rutina semanal de presentarse al público se le hizo fácil, ni la encauzó directamente hacia la música. “Las primeras veces que me tocaba salir al frente me temblaba la voz, me temblaba la mano o el cachete”, se ríe. “Lo hacía porque me gustaba, pero no lo veía como una posibilidad de dedicarme a eso. Era un hobbie que lo usaba para dar mi cuota de servicio. Para mí era como un regalo que le hacía a dios, en mi mentalidad de ese momento, ¿no? Utilizar mis dones para servir”. 

Lo que rescata de esa experiencia es el acceso a los instrumentos y el tiempo dedicado a eso. Tener un piano de cola a disposición era básicamente un privilegio que aprovechó. Sin embargo, por malentendidos y malas comunicaciones, Anita terminó yéndose de la iglesia. “De hecho estaba estudiando Medicina y cuando dejé de ir a la iglesia se me movieron un montón de cosas adentro”, cuenta. “Esa fue la primera vez que se me rompió el corazón. Tantos años acá, tanto laburo y al final es todo una mierda. Estaba muy enojada en ese momento y me fui porque no podía estar acá. No pertenezco a este mundo de gente, no comparto”. 

Ese momento a sus 18 años motivó toda una revolución interna que la trajo hasta acá. Dejó la facultad, cortó con su ex y dejó de darse con sus amigos de la comunidad coreana. Empezó y dejó carreras. De Medicina a Economía, a Comunicación y a Arte, “cada vez yendome más hacia la música”, relata. “Tenía que probar pero nada me enganchaba”. Hasta que en una prueba oral se enfrentó con una profesora de Filosofía que le cantó el diagnóstico. “Se dio cuenta que no tenía ni idea y me dice: ‘Te hago una consulta, ¿a vos te cuesta un poco leer los textos, no?’ Y yo sí, la verdad que sí. ‘¿Y a vos te cuesta sentarte en tu instrumento y hacerlo por horas?’.  Y no, si me siento puedo estar horas. ‘¿Y qué hacés estudiando esto?’. No me dejó rendir, me mandó a mi casa. Le agradezco un montón, toda mi vida le voy a agradecer”.

El siguiente paso fue la electrónica. Trabajando en una productora de eventos se comenzó a vincular con DJs, que le fueron mostrando el oficio y se volvió a acercar nuevamente a eso que siempre anduvo en la vuelta. “A mí la música me gustó siempre. El estilo de vida, escuchar, bailar, golpear cosas, hacer sonidos. Y un día me animé. Listo, voy a mixear yo”. Su primera fiesta fue en un bar de la comunidad, que se enteraron que estaba empezando como DJ. Con un controlador, una compu vieja y una listita de temas escrita en un cuaderno, se enfrentó de vuelta por primera vez al público. “Fue muy loqui. Yo intentando leer con la luz de la compu. Terrible, pero fue divertido”.

Empezó tocando house, microhouse y minimal, música que en realidad como bailarina le aburría. Y la corta empezó a probar hacia los géneros más urbanos, especialmente el hip hop que era algo que escuchaba de chica. Y esa fue la puerta para que empezaran a convocarla cada vez más, y para llegar a ser parte del colectivo internacional SWERV. “Creamos una comunidad de gente que está abierta 100% a que escuche la música que sea”, explica. “Puedo tocar house, hip hop, ritmos más latinos, R&B, soul o funk. Lo que sea estaba bien. Es re por ahí”. Esa diversidad musical sin embargo, no es tan común de encontrar en la noche en un momento donde las fiestas se definen cada vez más estrictamente. “Al encontrar esos nichos donde la gente está más abierta a escuchar lo que sea, te das cuenta que son re pocos. No es tan masivo ese consumo más abierto”, afirma. 

Es por eso que Anita trabaja y defiende el concepto de “degenerada”.

“Es algo que empezó a ocurrir a nivel de la identidad de género en las personas, y siento que va más allá del género y la sexualidad. Es una cuestión que se está abriendo en todos los aspectos de nuestra vida. ¿Por qué nos tenemos que encasillar? Nos estamos limitando, estamos limitando nuestra existencia. Creo que tenemos que encontrar nuevas maneras de organizarnos sin marcar líneas. Que se desdibujen los límites. Es un desafío re loco porque nadie sabe cómo todavía. Pero creo que un poco la manera es soltar. Yo le estoy metiendo muchas fichas a ser una degenerada y que seamos un pack de degenerados más”.

Pero esa falta de límites no significa que no haya planificación. Como declarada virginiana, en cada set necesita armarse un esqueleto, o más bien un mapa de moods para trazar el viaje de movimientos. 

Para su primera presentación en la Sala Zitarrosa está pensando una “rica ensalada”. “Cuando tengo que armar un set en el que van a estar prestando atención, intento que sea algo interesante a nivel sonoro y que sea muy dinámico en cuanto a ritmos, intensidades y colores. Así que bueno, hasta que vaya allá no voy a tener bien definido qué, pero desde ya todo tipo de ritmos, todo tipo de colores”.