Disco del Año: Hardcore para románticos

Ismael Viñoly


Algo gravita en su tapa, en los alambres de púa que blindan al pastel; y que guarda una relación directa con el EP de Disco del Año. Porque DDA condensa un nuevo capítulo de un punk que en base a retazos del hardcore y con la crudeza como norte, no le teme a enfrentarse a la dulzura de la balada y salir indemne.

En la segunda década del siglo XXI, el rock parece haber perdido su grito por cierta hegemonía del soft rock. Esto se ve en el sonido palermitano de Conociendo Rusia o en Bandalos Chinos, pero entre esas expresiones que flotan en las aguas del Río de la Plata hay una que brilla por su ausencia: la del punk. Precisamente desde esa trinchera Disco del Año parece ir a contrapelo de esta tendencia. Tomando prestado al locutor de La Salsa Nostra de Conjunto Casino, comienza “el excitante ritmo del Disco del Año”. Trabajo edito por Inocencia Discos, constituye un canto vivo al punk más lúdico y progresivo, compuesto por cinco canciones sencillas y repetitivas que viajan en una carrocería pop con abolladuras punkie.

Si bien hay reminiscencias a bandas como The Wipers, nada dentro del EP es una referencia directa, lo que construye una de las fortalezas en DDA. Se trata de un debut hecho por músicos experimentados en el hardcore/punk que aquí se entregan a la mezcla de referencias e influencias. En sus filas está Ismael Varela (Señor Faraón) en guitarra y voz, Andrés Varela y Victor Borrás en guitarra y bajo (ex integrantes de Hablan Por La Espalda) y Leonardo Bianco (Motosierra y Pirexia) que se unió a la banda en batería.

El registro empieza con una dirección, Colonia y Tristán, que podría ser agregada al catálogo de canciones de Montevideo Sonoro. Aquí la esquina está teñida de rock rutero a la Kyuss o a la Queens of the Stone Age. Resignadamente, Resignación deja las estridencias de los otros temas del grupo y entre los vaivenes del humo, exhibe una balada sobre la pérdida de los estribos. Sus bajos, sus melodías y su voz solitaria sirven como un canto perfecto al fin de la noche. No Pasión, por otra parte, es un disco punk extraño. Su volantazo en el minuto 1:57 la deviene en una especie de hardcore bailable sin ataduras. Con un ritmo incómodo de escuchar y de bailar, que a la tercera escucha uno ya lo anhela, muestra el componente orgánico de una banda que no está sometida a las dictaduras del metrónomo, sino que por el contrario parece encontrarse en la intensidad de sus ejecutantes.

La incomodidad es una parte interesante de un registro que no busca agradar, pero sin embargo, encuentra la belleza en canciones como Beto. Un villancico perfecto sobre un personaje a quién conocemos entre líneas de farfisas y guitarras suavemente distorsionadas. Acá, como en varios temas, aparece un efecto vocal (un slapback delay) que le otorga un diferencial sonoro muy interesante y remite al rock de los cincuenta. El EP sigue y cierra por las carreteras de la balada con Documento. Así se corona este trabajo mezclado por Pau O’Bianchi, masterizado por Santiago Fontona y producido por Ismael Varela. El resultado de la mezcla es la conservación de la energía hardcore presentada de forma amigable y lo hace sin rescindir de sus estridencias.

El arte de DDA tuvo la dirección creativa de Federico Molinari, cuyo trabajo en la revista AUCH fue una influencia para la creación de un un universo que evoca a “un cumpleaños de los 90 y 80 en Uruguay”. Por otra parte, las fotos de la banda, similares a conjuntos de cumbia de los 80, fue propuesta por la vestuarista Carolina Duré. La resultante es un kitsch uruguayo, bello y gracioso, que enriquece y expande al disco y a la banda desde lo visual. 

Nacida en el 2018, la banda es hija de un pretexto, el  de “mantener la amistad entre sus integrantes” y “hacer música sin expectativas”, como dijo Ismael a Piiila. Actualmente pisaron el acelerador y preparan para abril del año que viene un disco de 9 o 10 temas con una duración de 15 minutos. Y que además, adelantó el cantante, marcará un nuevo rumbo en lo estético.

Hablan Por La Espalda, Pirexia y Motosierra son las raíces de esta banda, cuyos orígenes se remontan a la escena hardcore de principios del 2000 en Santa Lucía, Las Piedras y Montevideo. No obstante, Disco del Año suena como una actualización pertinente a la coyuntura actual. Una música directa para una década que ya tuvo una pandemia y parecería avizorar más incertidumbres que certezas. Esta primera entrega los coloca como uno de los surgimientos más interesantes del 2022 y como una de las bandas a tener en cuenta para el año que viene.