A merced del viento y la marea, Eté y los Problems llegó con un excelente disco

Kristel Latecki


La mesa está servida. Hay camarones al ajillo, empanaditas variadas, un pejerrey crocante. Agua y pan. Los ruidos de la Peatonal Sarandí que se cuelan en la conversación, que va interrumpida por bocados, saludos a amigxs. Hace frío, pero el Mercado del Puerto está soleado y llevado por el ritmo natural de un lunes cualquiera. Ernesto Tabárez dice que la comida dice mucho de uno. “Si una persona sabe dónde hacerte comer, es una buena persona”, sentencia. 

Y esta es una deliciosa mesa, muy representativa del lugar, del espíritu de compartir, y también de lo que ahora suena en Plata, el último disco de Eté y Los Problems. Porque este un disco que nace pensando en el mar, con historias de costas unidas por puertos, y de las personas que las viven.

Ernesto viene trabajando en composiciones con inspiración marítima desde antes de Hambre, pensando en marineros, el océano y principalmente en la historia de Moby Dick. Sumergido en profundidades de su investigación, fue que encontró una conexión entre el encierro pandémico y los viajes de Colón, Magallanes y Cortés. “Empecé a leer bitácoras de viajes. Me metí en ese género literario que es muy raro, porque no evita el aburrimiento”, cuenta. “La gran mayoría de las veces da una data técnica y cuenta tres cosas. Y de golpe: ‘Se levantó una tormenta, perdimos cuarenta hombres’. O sea, se construye lentamente, después pasa algo muy grande, después de vuelta lentamente. Pensé hacer un algo así: un disco del aburrimiento. Pero en un momento, cuando la pandemia terminó, me di cuenta que no era lo que quería. Y que lo principal que el disco empezara a empujar y a moverse. Por eso tomó mucho tiempo. Básicamente lo estuve escribiendo cinco años”.

Este trabajo demandó más tiempo y trabajo que cualquiera de sus anteriores, pero no solo por haber descartado parte del material, sino que también por factores de la vida misma. “Es un disco que abandonó la urgencia”, dice Ernesto. “Porque no había forma de sostener la urgencia durante cinco años. Con Nina (su hija), con mi madre enferma, conmigo enfermo. En el disco hubo un montón de interrupciones de muchos tipos, y en todo momento el sentimiento fue: ‘tranquilo, hay un disco al final. Vos dale’. De hecho, yo creo que se re refleja esa cosa de: ‘va a venir, va a venir, va a venir’. Ahí Ale fue fundamental, Ale Vázquez”.

El productor argentino Alejandro Vázquez llegó a Ernesto recomendado por Sebastián Teysera, tras la experiencia de La Vela Puerca trabajando en Discopático (2022). Fue la persona que la banda necesitaba para tomar el timón en este barco y llevarlo a buen puerto. “En el momento que lo conocí fue muy especial, nunca me había pasado. Fue como enamorarse”, cuenta Ernesto.

Se reunieron en Buenos Aires, por supuesto con un banquete de por medio. “El lugar que eligió para reunirnos era un bodegón que se llama el Tokio, que ahora cerró. Muy viejo, muy de barrio. Muy buena la comida: sodeado, milanesa napolitana”, detalla. “Y en un momento, estábamos los dos hablando emocionados sobre el disco, sobre el tema Las Palomas. Y en eso, entra una paloma por la ventana, y se para en la silla vacía. Quedamos todos mudos. Y Ale me dice: ‘silencio, de esto no se habla’. Bajó de la silla, se comió unas miguitas y se fue. Lo tomamos como una señal y seguimos adelante. No hablamos más de eso. No se discute el milagro, se toma”.

Con el equipo conformado, estaba todo para comenzar. Hasta que enfrentan otra tormenta: Ernesto se enferma de la voz en el momento de grabar Las Palomas y Arariyo. “Abrí la boca y no sonaba nada y todo el mundo colapsó. Grabamos con mucha dificultad. Esas dos canciones son un milagro de la paciencia y la posproducción. Todo este disco tuvo una cosa de renunciamiento. Hay un tesoro acá, vamos a encontrarlo, hay que ir despacio. Como en el mar, todo más lento. Y estás siempre a merced del viento y de la marea”.

Ernesto enfrentó esa adversidad apoyándose en el equipo y en la banda que desde 2020 conforman Andrés Coutinho, Martín Iglesias, Bárbara Jorcin e Iván Krisman, con la guía de Vázquez y Teysera. Y el resultado –ese tesoro–, es un disco en el que se respira aire. Que no se apura, sino que espera. Que deja que las canciones vayan buscando su forma y se transformen.  

Si bien la temática marítima hace que Plata narre una historia desde el primer al último track, también es un disco que reconoce y celebra los amores –familiares y amistosos– con canciones dedicadas especialmente a los afectos. Y premia a una escucha atenta con su lírica medida y detalles de color (una botella de Coca-Cola flotando, nada más costero que eso).

Algo de Moby Dick quedó en Plata y es Ismael, el nombre de un personaje que aquí encuentra su muerte en las calles de la Ciudad Vieja. La letra y la interpretación configuran una narración visceral y vívida, escalofriante y rabiosa por momentos, sensible por otros. Sumado a una búsqueda sonora, que incorpora casi como música diegética el candombe y la milonga, Ismael se sella como una de las mejores canciones de la discografía de la banda.  

Plata no tiene la urgencia y la ferocidad que inspiró y con la que terminó cargando Hambre. Te lleva por aguas mucho más calmas. 
Es distinto a todos los discos. No es un disco donde que yo agarré y me llevé puesto a la gente. Por eso no tiene esa urgencia que vos ves, porque yo no tenía la fuerza para eso. Entonces, vino alguien y empujó de todos. Alejandro es muy bueno, es muy noble. De hecho, la primera vez que nos juntamos me preguntó: “¿vos qué querés de este disco?”. Es el primer disco que hago desde que tengo una hija. Quiero hacer un mundo mejor, quiero dejar un legado de bien. Esta vez, por lo menos, quiero que el primer disco desde que nació Nina tenga todo el bien que ella me trajo y darle un bien. Y es una cosa que yo nunca había hecho, buscar el bien.

Tenés un disco que se llama Vil.
Sí claro, y es un mundo muy hostil este. Siempre lo fue. Y fueron años muy hostiles para mí, en particular. De estar enfermo, de estar enferma mi vieja. Entonces, la música me dio un lugar para otra cosa, y por eso buscamos la belleza y la alegría. Y después, tiene eso que es mi disco para Nina. Yo quiero que ella haga su camino en la vida, que quiera destruir el mundo. Y en un momento, cuando no tenga fuerza, tenga de donde agarrarse. 

¿Qué es buscar el bien a través de la canción?
No lo sé. Lo sé cuando lo estoy haciendo. Cuando veo dos caminos, es como el meme de Los Simpson, ¿viste? Ves los dos caminos y te das cuenta cuál es el del bien. Y también, el disco tiene una cosa de tender la mano, de la piedad, del bien casi religioso. Lo que construye versus lo que destruye. En ese sentido, el disco tiene algo edificante, de alguna manera. Yo tenía miedo de que el resultado fuera solemne, capaz que lo es, yo no lo sentí tanto.

Hay una palabra que define mucha de la discografía de Eté y es lo “épico”. ¿En la composición vas en busca de la épica? ¿Esperás que te encuentre?
No. Trato de que no me pase de hecho, porque está muy cerca de la solemnidad. Pero es medio inevitable, porque yo vivo así la música. Siempre me veo conmovido, entonces no necesito buscarlo. Yo busco lo que no tengo, lo que tengo viene solo. Evidentemente soy un gordo exagerado y lo vivo así. No tengo otra opción.

En la previa, pensando cómo sería el disco me imaginé que habría bastante épica. Sin embargo, creo que quedó en ciertos momentos específicos. Por ejemplo, el coro final de ¡Ay Amor!. Esta búsqueda de aunar, de unión en pos de un objetivo superior digamos.
El bien común.

Volviendo al bien común.
Es eso. Y en realidad, en el disco pasa por varios momentos por eso mismo. Hay una cosa coral, cantada de a muchos, y eso se da solo. Un montón de gente diciendo lo mismo es poderoso. Es algo con lo que no me peleo más. Nunca no aparece. Aparece mucho más de lo que yo quiero, y en un momento lo entrego.

Hay también muchas referencias religiosas, vírgenes en cada puerto, Santa María del Mar…
Sí claro, hay una cosa religiosa en el disco, en general. Y hay una cosa supersticiosa que yo tuve claro desde el principio que lo quería usar, porque, sobre todo cuando lees los diarios de Magallanes, todos los días son "el día de la virgen" o "en el día del Señor". Porque los tipos están en un pedazo de madera, dando la vuelta a un mundo que no conocen. Tenés que creer en algo, sino no te queda nada. Me parecía que no se podían embarcar sin una forma de fe. Vos tenés que creer en algo para subirte a un barco. En las condiciones que subían estos tipos.

Si embarcarse es hacer un disco. ¿A qué le tenés fe?
A que va a suceder. No siempre, pero todo el tiempo tuve la tranquilidad de que iba a ser un disco. Que ya me había pasado de estar perdido y que iba a poder. Lo único que me preocupaba era el tiempo. Básicamente fue mi batalla obtener tiempo y fuerza. Porque algunos días fui sin fe al estudio y me vine sin nada. Pero algunos días fui porque tenía algo, me pasaba toda la noche y volvía con algo, que en tres meses después juntaría de vuelta la fe para seguirlo. La fe ahí entendida como la certeza de lo que vendrá. Va a haber una canción acá, yo sé que acá hay una canción. Y la clave es sostenerse. Mantenerse a flote hasta que aparezca.