Cazador de canciones
Kristel Latecki
La Pensión Cultural Milán está oscura y vacía. En sus largos pasillos, en cada puerta entreabierta, en cada esquina de pintura levantada de manera natural pero cool, hay que mirar dos veces para verificar que la imaginación no está jugándole a uno una mala pasada. Podría ser la escenografía perfecta de una película de terror, pero a Ernesto Tabárez lo tiene sin cuidado. Este entorno es parte de su vida diaria.
Ernesto es un tipo nocturno. Sus días comienzan al anochecer, cuando hace el trayecto desde su casa al estudio ubicado en el segundo piso de la Pensión. Aprovecha que todos abandonan sus lugares de trabajo en horario de oficina para subir el volumen al mango. Así, su música llena cada uno de los espacios vacíos y empuja con fuerza hasta aclarar el ambiente sombrío.
Esta es su segunda casa, donde está trabajando en el cuarto disco de Eté y Los Problems. Por ahora todo está en su computadora, en su teléfono y en su cabeza.
Desde que los Problems volvieron de su gira por Alemania -que más bien fue una epopeya para la banda-, Ernesto se concentró en ordenar sus ideas y catalogar cada grabación hecha con su teléfono, a “darle sentido a todo ese infierno que tenía guardado”. Algunas datan de 2015, otras las creó durante el viaje. Son 16 gigas de material. Son más de 500 archivos, de los cuales 100 son canciones hechas o a terminar.
Cada grabación está clasificada por colores. Verde significa que está bien, que es “algo lindo”. Doble verde es que le gusta mucho. Naranja es algo que “puede andar”; violetas son las grabaciones que tienen una información sobre la que puede trabajar, sea una idea armónica o rítmica; azul son un grupo de temas que tienen una inspiración marítima, una temática que iba a seguir en este disco pero por ahora solo quedó en una canción; y finalmente rojo, por supuesto, es algo que no le gusta.
Ernesto recorre este mar digital de colores, pescando sonidos diferentes. Le da un poco de vergüenza mostrar los esqueletos de las canciones, pero lo hace igual. Mira fijamente a la pantalla mientras de los monitores salen guitarras haciendo arpegios de milonga o silbidos y tarareos cubiertos por el ruido de la calle. Suenan como un montón de piezas sueltas de un puzzle eterno. Pero más adelante se ve la imagen completa, cuando finalmente llegamos a demos casi terminados y grabaciones de ensayos con el resto de los Problems. Fuma un cigarro tras otro, pero habla con la misma seguridad con la que suenan los riffs que atacan desde los monitores.
Su proceso de creación es largo y solitario. El resto de los Problems recién conoce lo que está haciendo Ernesto cuando él considera que el demo está digno. “Todavía no quise mostrar mucho”, dice. “Decidí que no las escucharan mucho para ver qué pasaba en el primer encuentro con las canciones”.
Estos demos están pensados para sugerirle a la banda lo que Ernesto quiere que pase con cada canción. Un ejemplo de esto es Leine, una canción inspirada en el río de igual nombre que atraviesa el pueblo alemán de Alfeld, donde el músico se quedó por dos semanas luego de que la gira terminara. “Yo quería que esta canción tuviera en el puente una guitarra muy fuerte. Entonces, lo que hice fue poner una guitarra fuera de lugar. Para no olvidarme. No necesariamente quiero que quede ésta bestialidad. Aunque cada vez me gusta más que sea así de agresiva”.
Leine, como anticipó, comienza con una derivación de aquella guitarra de milonga que habíamos escuchado antes, en forma de un precioso vals criollo, que violentamente es interrumpido por una arremetida distorsionada. “Todo está exagerado”, recalca Ernesto. “Le hago los rasgos casi caricaturescos. Yo me doy cuenta más fácil de lo que quiero, pero como esto lo van a escuchar los pibes, es una forma también de que lo vean en la caricatura. Si quiero que la canción sea un poco narigona le hago una nariz gigante. Porque sino capaz que pasa desapercibida”.
A la hora de comenzar a crear un disco, Ernesto empieza por los temas más tranquilos. Asemeja este proceso a un acercamiento paso a paso hacia una luz radiante. Una vez que se aproxima al final del proceso, cuando esa luz encandila, es cuando los temas más pesados y densos comienzan a salir.
La primera canción que terminó en su estudio es Cacería, un tema compuesto por una melodía que tenía en 2015 y no había podido transformarla en canción, y un piano que encontró grabado en su teléfono más recientemente. Comienza con una atmósfera siniestra que se mitiga con la entrada de aquella melodía hecha en teclado y guitarra. “Solo girás / Y el lobo tiene hambre / Y el lobo chico frío”, canta Ernesto en uno de los versos.
Para el momento que la banda comenzó a ensayar algunas de las canciones nuevas, Cacería ya sonaba un tono más oscuro. Otra que la banda ya testeó con éxito es Máquina del Tiempo, un tema que suena totalmente Problems, con un riff pesado y circular, que, sonando al máximo, continuó rebotando por los pasillos de la Pensión.
“Éste es un género que sale naturalmente con los pibes, fluye”, dice Ernesto. “En estas es las que menos tengo que meterles cabeza. Es un juego que juegan re bien, les das las pelota y la hacen mierda. Hay otras, como las que te mostré antes, que tiene todo un mundo que no es de siempre, que es como más confuso. Hay tres o cuatro canciones que son muy ajenas a lo que hacemos. Aunque todos los discos tienen eso al principio, esta vez va a ser la más difícil para transformar eso en una cosa que pertenezca a nuestro lenguaje, o genere un lenguaje respecto a esto y al mismo tiempo respete la canción. Entonces, nos vamos a agarrar a los tiros para hacer esto. Ya lo sabemos. Está todo bien, nosotros lo sabemos hacer”.
Pero todavía, aunque en su computadora ya haya unas 100 canciones terminadas, a Ernesto le parece que para lograr un álbum redondo todavía falta material. Faltarían exactamente cuatro canciones. “Hay ocho canciones que tienen un lugar y me faltan cuatro que generen una unidad, y le den lo que todavía no dice el disco. Hay cosas musicales o letrísticas que no están dichas y que yo pretendo que estén. Me faltan, las extraño y me paso pensando en esas canciones”.
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El Éxodo fue un disco que definió de manera diferente a Eté y Los Problems. Es el álbum con el cual dejaron de ser escuchados solo por sus amigos, los periodistas y la gente de siempre, y pasaron a ser una banda con un grupo de seguidores. Ganaron premios; musicalizaron el informativo cuando era el turno de las noticias de basket; ahora su público corea, grita y hace pogo mientras viste su remera.
El Éxodo es además el punto de partida para este nuevo trabajo.
“La primer carpeta que armé se llamaba La Manada”, cuenta Ernesto. “Era el mismo grupo de gente que había hecho El Éxodo, en el que terminaban todos caminando. Llegaban a un árbol, buscando un poco de sombra y parar de caminar. Durante mucho tiempo estuve con lo de la manada. Pero se me ocurrió que en realidad lo importante ahí era el árbol. Así que la carpeta paso a llamarse El Árbol”. En Alemania siguió trabajando en esa idea, pero lo que pasó en esa gira hizo que la premisa cambiara, cuando la banda comenzó a sufrir sus propios problemas.
“Ahí yo sentía como nunca que éramos una manada. Al tiempo, me puse a pensar en lobos, porque estábamos en Alemania y los alemanes tienen como 10 palabras para lobo. La idea original tenía algo de contención, pero en la gira se convirtió en una cosa de mucha presión. Fue una gira muy difícil de hacer, de condiciones soviéticas, y nos desequilibramos”.
La intención era aprovechar los tres días por semana que tenían libres para comenzar a grabar un disco en Alfeld, ya que se quedaban en una casa con estudio de grabación. Por primera vez iban a componer los cuatro Problems, en lugar de que Ernesto se hiciera cargo de la creación primaria.
“Me costó abrirme a esa idea, pero ahora me doy cuenta de que era imposible”, dice. “La cantidad de energía que se gastaba en tocar cuatro veces por semana hacía imposible que los tres días siguientes tuviéramos ganas de encerrarnos a hacer música. Más bien todo el mundo quería zafar. No queríamos vernos más. Yo al mismo tiempo estaba pesado e infumable hablando de las canciones, ideas y cosas que no tenían ningún sentido en el medio de esta situación. Y generé un ambiente en el que no podían estar conmigo, porque era realmente insostenible en mi actitud; y al mismo tiempo yo los odiaba porque no le estaban metiendo huevo al disco. Me estaban dejando solo otra vez, que ahora me parece bien. Yo siempre lo quise hacerlo solo, pero ellos me habían pedido hacer esto. Y se fue todo a la mierda. No nos fuimos a las piñas porque nos queremos. Y porque no somos de irnos a las piñas. Pero estuvimos al borde de verdad. Fueron situaciones de tensión absoluta, donde no se hablaba en la camioneta, donde el aire se cortaba.
Sentí que cuando partimos yo era el macho alfa de esa manada, que había sido herido en ese éxodo y realmente, la manada se devora a los débiles. Y yo fui débil en la gira”.
Terminados los shows, el resto de los Problems se volvió a Montevideo y Ernesto se quedó dos semanas más en el invierno de Alfeld, un pueblo de menos de 20 mil habitantes. El bar al que solían iban, Seven Club, le decían “Dos Personas” porque nunca había más que un puñado de parroquianos. En la soledad de ese lugar extraño y con la herida de guerra todavía latiendo, continuó pensando en los lobos y la manada.
“Yo iba caminando al Dos Personas, sin los lentes porque se me empañaban y congelaban. Había una neblina bárbara y vi una figura que venía caminando. Solo vi una figura. Me senté en el bar y tuve una visión de que ese tipo venía con una piel de lobo puesta arriba -el lobo recién matado, todavía ensangrentado-, que tenía una presa en los dientes y la tiraba dentro de un grupo de lobos. Fue una imagen que se me ocurrió, y, como estaba prácticamente al pedo pensando cosas, se volvió muy fuerte. Pensé entonces que ese tenía que ser yo, y que de algún modo la forma de reparar el daño que teníamos internamente, lo lejos que habíamos quedado entre nosotros, era que yo trajera un grupo nuevo de canciones que renovara nuestro pacto.
Esto es algo que hace 12 años que hacemos. Siempre son las canciones las que lo renuevan. Se me ocurrió que la forma de solucionarlo era llevar una presa grande para que todos pudieran compartir. Que eso nos uniera de vuelta y que al mismo tiempo demostrara que yo tenía algo que darle a ese grupo aún. Las canciones son mi presa, y yo soy un cazador de canciones”.
Así, de La Manada Ernesto derivó a Hambre, el nombre que hoy lleva su carpeta de canciones y que probablemente termine nombrando al disco. Es a fin de cuentas el hambre lo que motiva a los animales. Son las ganas de tocar las que motivan a los músicos.
Ernesto pone play a Fundación, una canción que en realidad tiene ya dos años y también continúa la historia de El Éxodo. Suena su voz: “Acá podríamos fundar una nueva ciudad / Con cada piedra en su lugar, sin nada que cambiar / Quiero un sitio entre los lobos, un lugar junto a la hoguera / La manada tuvo hambre y ya no espera”.
“Estaba todo dicho”, exclama. “A mí siempre me pasa eso: la primera canción que hago para un disco dice todo aunque no me dé cuenta. La canción de El Éxodo, que no quedó en el disco, solo decía “Dónde vamos / Ahora dónde vamos”. Era lo único que decía y de eso se trata El Éxodo. Después de eso empecé a trabajar desde ese lugar, pensando en el hambre, en los distintos ángulos en los que se puede tomar. Es ir descubriéndolo al disco”.
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Todo este proceso en este momento está en pausa. La banda está ensayando y preparándose para el show que darán el 3 de noviembre en La Trastienda. Será un espectáculo que recorrerá El Éxodo de principio a fin, que contará con los amigos y músicos que formaron parte de este trayecto, y que presentará algunas de estas nuevas canciones. También, será filmado por Matías Ganz, director del video de Jordan, con la idea de crear un documental sobre el fin de este viaje.
Tiene muchos objetivos este show. Pero tal vez el más importante tiene que ver con la misma banda y su próximo disco.
“Es una forma de celebrar que por lo menos este tramo del viaje terminó. y que estamos todos vivos”, dice Ernesto. “Es una forma de resignificar todo lo que nos pasó en el camino y las cosas malas que también nos trajeron acá. Por eso nos importa tanto que sea un show divino. Y es la primera vez que me importa tanto que vaya gente. Porque se sumó un montón de gente a nosotros en este tiempo. Entonces bueno, cerremos esto. Que estemos todos, que sea una fiesta. Vamos a festejarlo y les vamos a dejar algunas canciones nuevas para que se vayan pensando. Ahora necesitamos esa carga de entusiasmo, alegría y amor para meternos en un disco que es oscuro y que va a ser dificilísimo de hacer. Necesitamos un montón de fe. Por eso este show es tan importante para nosotros. Si nos sale bien nos vamos cargados”.
Ernesto cree en los simbolismos que tienen los gestos. Por eso, el final del show será con un abrazo entre la banda. “Atravesamos todo eso, casi nos vamos a las manos. Y que llegamos a un lugar de nuevo en el que estamos juntos y en el que tenemos un grupo de canciones nuevas que renuevan el pacto y que tenemos los próximos tres años, por lo menos, haciendo esto de vuelta. A mí me importa mucho eso”, afirma. “Esto tiene que ver con nosotros. Y al mismo tiempo eso mismo con la gente que nos va a ver. Lo que queremos primero es que se pudra todo. Después que nos pongamos un poco tristes, que celebremos y que terminemos prendidos fuego. Ese es el orden del show. Si sale bien es ideal”.
Después de este show se retomará el trabajo en las canciones, y se volverá a interrumpir el 8 de diciembre, que viajarán a Buenos Aires para ofrecer allí este mismo show. Las composiciones que no lleguen a fin de año quedarán afuera y en enero, luego de unas vacaciones, comenzarán los ensayos de cara a la grabación. Ernesto espera que para junio esté el disco, aunque lo más real es que esté para setiembre. Todavía es difícil saberlo.
Y ya no quedan más canciones. Quedaron en el aire las que todavía no se escribieron. Nos vamos y Ernesto se lleva lo esencial: la computadora, una libreta, los lentes; y cierra la puerta del estudio. La Pensión vuelve a la oscuridad y pero todavía queda un eco lejano rebotando. O capaz que es mi imaginación.